Esta sí que es la biblioteca de Alejandría (pero en Juego de Tronos)

jg13Seis temporadas, sesenta capítulos, sesenta horas de leyendas, de estratagemas bélicas y familiares, de personajes que van y vienen y desaparecen (unos para siempre y otros hasta dentro de un rato), de muertes, venganzas y miles de caminantes blancos… sesenta horas para descubrir, en “Juego de Tronos”, la que quizás sea una de las mayores bibliotecas que haya pisado y pueda pisar nunca un lector ni un bibliotecario. Es cierto que en algunos episodios hemos visto libros (pocos, bien es verdad, pues poco leen los cientos de personajes de la serie, excepto cuentos la princesa Shireen), grandes libros con sus ilustraciones y sus letras capitulares, libros donde se recogen las historias de los Siete Reinos, de sus reyes y de la manos del rey. Pero para ver libros de verdad y en cantidad… este último capítulo de la sexta temporada… un capítulo que a los bibliotecarios que hayan llegado hasta él les habrá hecho disfrutar gracias a la fructífera imaginación de la diseñadora Deborah Riley.

En este décimo episodio de la sexta temporada, “Vientos de invierno” (¡ojo!, spoilers), tenemos a Sam con Gilly y su hijo quienes, huyendo de la asfixiante vida familiar, acaban llegando ¿a la ciudad de Alejandría?

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No, a La Ciudadela, con mayúsculas. Una ciudad portuaria cuyo perfil arquitectónico preside un imponente faro ¿como el de Alejandría?

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Sam se presenta a las puertas de uno de los grandes edificios de La Ciuaddela (¿el afamado Museo de Alejandría?)…

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…ante un empleado de austero uniforme, que parece primo hermano del Guillermo de Baskerville de «El nombre de la rosa”. Quizás el guardián de los conocimientos, ¿quizás un ayudante de biblioteca? No adelantemos spoilers

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Un empleado a quien Sam entrega una carta de recomendación de Jon Nieve para formarse como “maestre” (¿en la escuela de Alejandría?).

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Como las cosas de palacio van despacio (también en la ficción televisiva), el funcionario en cuestión -o el guardián de la puerta, que diría el Kafka de “El proceso”- le invita respetuosamente a esperar. A diferencia de la vida real, donde Sam pasaría a una angosta y poco amable sala de espera con revistas del corazón, el hombre de “gafas modernas” le invita a visitar mientras tanto la biblioteca. Entusiasmado con la propuesta, Sam se adentra él solo (pues, curiosa norma, a la biblioteca no pueden entrar ni mujeres ni niños, luego no esperemos allí encontrar bibliotecaria alguna) por pasillos repletos de legajos, escalas, estantes, códices y manuscritos…

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…en lo que parece una biblioteca bien similar a otras muchas bibliotecas históricas caracterizadas por almacenar en sus estanterías todo el saber de la humanidad. Pasillos y estanterías que desembocan en la mayor sala de lectura vista en tiempos pasados y venideros ¿la biblioteca de Alejandría?

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Una espectacular sala central que quita el hipo al lector más leído, al bibliotecario más profesional, y a un futuro «maestre» como Sam…

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Un espectacular espacio central presidido por un ingenioso artilugio colgante, a base de espejos, para iluminar de forma natural tan vasto lugar, aprovechando la escasa luz que entra por los escasos y angostos vitrales.

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Un espacio central (parece que octogonal), con sus pupitres de madera de los de toda la vida en su alrededor, con sus libros abiertos y apoyados…como si hubiera lectores… aunque, tambuién cusuirosamente, no vemos ninguno (quizás sea domingo).

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Un ingenioso lugar, laberíntico y enrevesado, que bien podría recordar a Piranesi o a Escher, donde se mezclan en altura y con escasa simetría diferentes estilos, variados elementos arquitectónicos y todo tipo de materiales, distribuidos entre  escaleras en ziz-zag, puertas monumentales, escaleras de caracol, estanterías de madera, barandillas de piedra labrada, estanterías que surgen de la nada como si flotaran por los aires…

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…en un espacio barroco en las antípodas de los almacenes logísticos de Amazon e incluso de otras ficticias bibliotecas (sin ir más lejos esa nave eclesiástica tremendamente ordenada de “La guerra de las galaxias”, pero escasa también en usuarios).

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La gran ¿Biblioteca de Alejandría?… que a uno le gustaría visitar una y mil veces, contemplar y deleitarse ante su sin par belleza… pero donde, sin pensarlo dos veces, a uno no le gustaría trabajar ni como becario ni como facultativo… pues sólo de pensar que un lector podría pedirnos el libro de «La medicina en tiempos de los Targaryen», situado en lo más alto de la más alta y recóndita estantería, a donde sólo podríamos llegar con mapa y brújula (y, por supuesto, sin padecer vértigo)… a uno le entran todos los males…

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…salvo que uno sea un apasionado de los selfies en los sitios arriesgados y peligrosos de este reino y de aquellos siete.

Por lo demás, ya nos gustaría saber a los bibliotecarios de este reino (quizás lo averigüemos en la próxima y séptima temporada de «Juego de Tronos») cómo deambulan los bibliotecarios (que no parece ser bibliotecarias) por semejante biblioteca, cómo se desenvuelven los lectores y quizás algún guionista, entre muerte y desmembramiento de más personajes, nos desvele las intrincadas técnicas catalográficas y clasificatorias de tan insignes bibliotecarios.

Mientras, para amantes de misterios y especulaciones, dejamos colgando de este espacio desproporcionado una gigantesca esfera armiral…

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…que más de un fan de la serie ha descubierto… ¿dónde?

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…sí, en los genéricos de cada capítulo.

(Por José Manuel Estrada. Bibliotecario y documentalista)

 

 

 

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