A falta de becas y estancias en el extranjero, no hay nada como la televisión para aprender de las costumbres ajenas. Ya hemos visto lo bien que se vive en el extranjero gracias a series de programas como “Españoles por el mundo” y sus spin-off como “Leperos de crucero”. Ahora le toca el turno a las distintas profesiones (en este mundo, aunque parezca mentira, existen otros profesionales además de cocineros y aprendices de cocina). Desde Australia nos llega el programa “Librarians around the world”, que a los que vivimos por las mañanas (o por las tardes, según su turno) tras el mostrador de una biblioteca nos permite aprender de nuestras colegas más experimentadas. (lo dicho, a falta de becas y estancias en el extranjero)
En el primer programa tuvimos la suerte de conocer a Pamela Gettum, ilustre bibliotecaria del Departamento de Teología y Estudios Religiosos del King’s College, en Londres, una mujer que, en palabras de Dan Brown, uno de sus biógrafos, tenía “una expresión inteligente y cara de erudita, y hablaba en un tono agradable. De una cadena le colgaban unas gafas de pasta gruesa”. Por fin, una bibliotecaria sin moño y caracterizada por su interior y no sólo por su exterior (aunque no falte un atributo reglamentario, como las gafas, y además de pasta).
En el programa asistimos a la recreación de una visita cualquiera de un usuario cualquiera para, en el desvelamiento de su actividad diaria, conocer la costumbres y trabajo de una bibliotecaria británica. A la sala de lectura acuden, como se ha dicho, un día cualquiera, un profesor americano y una criptóloga francesa (usuarios de lo más normales, vamos). El profesor, que dice llamarse Langdom, le pide a la bibliotecaria “si no es mucho inconveniente” (no sólo las bibliotecarias británicas son educadas, también lo son sus usuarios) si les puede “ayudar para obtener cierta información”. Y hete aquí que la bibliotecaria pone “cara de extrañeza” (gesto subrayado en los subtítulos). Mal ejemplo han escogido en el programa pues ¿no se supone que las bibliotecarias estamos para ayudar a los usuarios? Será que es funcionaria, dirán los neoliberales, hay que privatizar las bibliotecas, añadirán frotándose las manos. O, a lo mejor, nos preguntamos los espectadores hispanos, ¿es que no estará acostumbrada a que le pregunten educadamente las cosas?
La solución es más sencilla y profesional. Como centro de documentación especializado en temas religiosos, la entrada está restringida a investigadores: “Normalmente nuestros servicios los prestamos sólo tras concertación de cita previa, a menos, claro, que haya sido invitado por alguien en el College”. Se excusa entonces el usuario, que no ha debido de leer las normas de acceso al centro ni en Internet ni a la puerta de la biblioteca (tampoco las han debido de leer los australianos productores del programa): “Me temo que hemos venido sin avisar. Un amigo mío me ha hablado maravillas de usted. Sir Leigh Teabing”.
¿Cuál es entonces la actitud de la bibliotecaria ante este comentario tan elogioso por parte de un usuario? Soltar una carcajada y expresar: “Vaya, sí. Qué personaje. ¡Un fanático! Siempre viene por lo mismo. El Grial, el Grial, el Grial…” Escena que el montador del programa debería haber cortado tajantemente pues ¿quiero eso decir que es habitual entre las bibliotecarias británicas criticar abiertamente los vicios y costumbres de sus usuarios? Un desliz que habrá que atribuir más bien a los nervios del directo y a la inexperiencia ante las cámaras de Pamela Gettum.
Los usuarios vuelven a la carga, y Sophie, la criptógrafa acompañante de Langdom pregunta: “¿Accedería entonces a ayudarnos? Es bastante importante.” La bibliotecaria les guiña un ojo (no sabemos si por complicidad o por tener un tic nervioso) y les contesta: “La excusa de que estoy muy ocupada no sería muy creíble, ¿verdad? Con tal de que firmen en el libro de registro, no veo que pueda haber ningún inconveniente. Humor británico. Desconocemos si la gracia de esta conversación radica en presentarnos a una bibliotecaria con escasas ganas de trabajar o radica en hacerles firmar en un libro de registro en plena era electrónica. El caso es que la bibliotecaria se coloca sus atributos (o sea, las gafas) y examina la búsqueda que, a modo de ejercicio práctico, le entregan nuestros dos usuarios (que no sabemos si son cómplices de los australianos o de la propia bibliotecaria o pasaban simplemente por allí), intentado ponerla en un brete; pero ella es una profesional:
En la ciudad de Londres, enterrado
por el Papa reposa un caballero.
despertaron los frutos de sus obras
las iras de los hombres más sagrados.
Si un usuario, en nuestra biblioteca de hospital, nos llega un lunes a primera hora con una búsqueda de tal calibre para hacérsela en PubMed le mandamos a freír espárragos. No así Pamela Gettum, que es británica y políticamente correcta. Como buena profesional, y mirando a la cámara, la bibliotecaria comenta: “Vamos a ver qué encontramos en la base de datos”. Por fin una bibliotecaria que no busca libros, sino que utiliza las nuevas tecnologías. Buena elección pues para la primera protagonista de “Librarians around the world”. En un breve inciso, para entender la situación, el narrador nos hace saber que “durante las dos últimas décadas, el Instituto de Investigación de Teología Sistemática del Kings College había recurrido a sistemas informáticos de reconocimiento óptico de caracteres y a programas de transcripción lingüística para digitalizar y catalogar una enorme colección de textos, enciclopedias de religión, biografías religiosas, escritos sagrados en diversidad de lenguas, historias, cartas del Vaticano, diarios de miembros del clero, cualquier cosa que tuviera alguna relación con la espiritualidad humana. Como en la actualidad aquella ingente cantidad de documentación estaba en forma de bits y bytes, y no de páginas físicas, los datos eran mucho más accesibles.”
La bibliotecaria se sienta entonces frente a su ordenador y, en primer plano, comienza una clase magistral de búsquedas bibliográficas: “Para empezar, un poquito de álgebra de Boole combinada con algunas palabras clave, a ver qué pasa… LONDRES, CABALLERO, PAPA”, explicando luego a la audiencia según mira a cámara: “Le estoy pidiendo al sistema que nos muestre todos los documentos en cuyos textos aparezcan estas tres palabras clave. Nos dará muchas más entradas de las que necesitamos, pero para empezar nos será útil.” ¿Quién ha dicho que la tele no es didáctica?
Mientras las cámaras recorren en panorámica la sala de lectura, la bibliotecaria, en otro rasgo de su excelente profesionalidad, examina los resultados que le muestra la pantalla, un total de 2.692. (No es por nada, pero en PubMed, miles de referencias más y en mucho menos tiempo).
Un nuevo rasgo de su profesionalidad, que deja anonadados a los espectadores, a los dos usuarios y al cámara australiano (que no es australiano sino neozelandés, pero para nuestro caso es lo mismo): “Deberemos afinar más los parámetros” (O sea, eso de los límites y de los filtros que nos empeñamos en enseñar a nuestros usuarios. Estoy por hacer una copia del documental y ponerla antes de cada clase de búsquedas bibliográficas). Prosigue con su clase magistral: “Si la búsqueda tiene que ver con el Grial, debemos introducir palabras clave relacionadas. Añadiré un parámetro de proximidad y eliminaré la ponderación de títulos”. (Los australianos, con los ojos como platos). “Así limitaremos los resultados a los textos que tengan que ver con el Grial”. Y la bibliotecaria propone entonces una nueva estrategia con otros operadores: “Buscar: CABALLERO, LONDRES, PAPA, TUMBA. Con una proximidad de 100 palabras de: GRIAL, ROSA, SAMGREAL, CÁLIZ.” Un poco exagerada con eso del operador de proximidad tan lejano, ¿no? Será una costumbre británica de las 5 de la tarde.
Lo peor viene ahora, cuando los usuarios le preguntan cuánto tardará en la búsqueda y ella responde que “quince minutos”. ¡Sí, quince minutos”. Los dos usuarios se quedaron mudos pero Gettum se dio cuenta de que aquello les parecía una eternidad. ¡Cómo no les iba a parecer una eternidad. Por Dios, si PubMed con 22 millones de referencias tarda segundos!!! Deberían aprender los británicos de la tecnología documental estadounidense y biomédica.
Para paliar este tiempo muerto de quince minutos, la muy británica bibliotecaria en un rasgo más de su amabilidad les ofrece un té: ”¿Les apetece un té? A Leigh le encanta el té que preparo”. Lo que nos faltaba, además de buscar, catalogar, prestar, indizar, formar, ordenar y… ¡preparar tés! ¿Acaso no han llegado las máquinas automáticas de café, chocolate y té a Inglaterra? Según van apareciendo los resultados, los dos usuarios comprueban que no le son de mucha utilidad y, en nuevo rasgo que da fe de sus conocimientos en búsquedas automatizadas, les enseña cómo ver la información: “Haga click en el título hipervinculado. El ordenador le mostrará una prelog y tres postlogs para contextualizar la entrada”. Los dos usuarios no entendían nada pero hicieron click como Pamela les ordenaba y siguieron buscando, a lo que ella añadió: “Esto es un juego de números. Dejemos que la máquina haga su trabajo.”
Cuatro minutos después, “cuando Langdon ya empezaba a temerse que no iban a encontrar lo que habían venido a buscar, en la pantalla apareció otra entrada.
La gravedad de un genio: Biografía de un caballero moderno.
-¿La gravedad de un genio? —repitió Langdon en voz alta para que Gettum lo oyera-. ¿La biografía de un caballero moderno?
Gettum asomó la cabeza por la puerta.
-Echémosle un vistazo -dijo pinchando sobre la entrada.
… honorable caballero, sir Isaac Newton…
… en Londres en 1727 y…
… su tumba en la abadía de Westminster…
… Alexander Pope, amigo y colega…
-Supongo que «moderno» es un término relativo -comentó Sophie en voz alta para que la bibliotecaria la oyera-. Es un libro viejo. Sobre sir Isaac Newton.
– Sir Isaac Newton es nuestro caballero.
Sophie seguía sentada.
-¿De qué estás hablando?
-Newton está enterrado en Londres –dijo-. Sus obras supusieron la aparición de nuevas ciencias que despertaron las iras de la Iglesia. Y fue un Gran Maestre del Priorato de Sión. ¿Qué más queremos?
-¿Quién ha dicho nada de un Papa católico?
Pulsó sobre la palabra «Pope» y apareció la frase completa: «El entierro de sir Isaac Newton, al que asistieron reyes y nobles, fue presidido por Alexander Pope, amigo y colega, que le dedicó unas palabras de elogio antes de echar un puñado de tierra sobre el ataúd.»
Langdon miró a Sophie. Sophie se levantó, boquiabierta. Jacques Saunière, el maestro de los dobles sentidos, había demostrado una vez más ser un hombre de una inteligencia excepcional.
Los dos usuarios se despidieron de nuestra protagonista bibliotecaria y se marcharon raudos a Westminster en busca de la tumba de Newton. La bibliotecaria, en tanto, se quedó con los australianos, a quienes explicó cómo hacer un té y, tras cerrar la biblioteca, les llevó a su pub preferido del barrio, donde se tomaron unas pintas y les explicó por qué se había hecho bibliotecaria. Pero esa es otra historia.
Por cierto, si encuentra algún día en la puerta de su biblioteca a estos dos usuarios
(contratados como ganchos por los australianos para toda la serie de programas), póngase sus mejores galas pues es posible que salga en la televisión, y su biblioteca también.
(Por José Manuel Estrada. Bibliotecario y documentalista)