La mujer del César

La mujer de al lado (1981)

La mujer de al lado (1981)

En ciencias sociales es bastante frecuente la presentación en sociedad en solitario. Bien por los egos extraordinarios o bien por el estudio en soledad, el caso es que historiadores, críticos y especies similares tienden a publicar sus artículos en la más estricta individualidad. Todo lo contrario que en las ciencias médicas, donde los profesionales están acostumbrados a trabajar en equipo desde tiernas edades (sin ir más lejos, desde las visitas con los residentes por las plantas guiadas por el facultativo o el jefe de servicio). Quizás por ello sean más promiscuos a la hora de participar en los grupos de trabajo y en la elaboración de publicaciones, lo que lleva a encontrarse, por lo general, artículos firmados por dos, tres, cinco, doce e incluso hasta 120 autores.

En estas circunstancias, es a menudo complicado el dilucidar la participación de veinte o cincuenta personas en la preparación, creación, elaboración y desarrollo de un artículo, pero al respecto las Normas de Vancouver son bastante clarificadoras: “Todas las personas que figuren como autores habrán de cumplir con ciertos requisitos para recibir tal denominación. Cada autor deberá haber participado en grado suficiente para asumir la responsabilidad pública del contenido del trabajo”. Sin embargo, no todos lo tienen tan claro y (egos, o jerarquías mal entendidas mandan) prefieren atribuirse los parabienes orillando a los colaboradores, por el simple hecho de la apropiación del invento. Usurpadores en la historia de la ciencia ha habido unos cuantos y no hay más que acudir a las reseñas de alguno de los últimos Nobel de Medicina.

Ha costado años, disgustos y broncas, pero hoy día la mayoría de los autores participantes entienden que, si efectivamente han participado en su elaboración, la autoría del artículo ha de ser compartida, como bien entiende Derek Shepherd (Patrick Dempsey) ante su compañera sentimental y laboral, Meredith Grey (Ellen Pompeo), a raíz de la publicación de su estudio a cuatro manos en la “prestigiosa” Annals of American Neurosurgery (en el 5º capítulo de la quinta temporada):
DS: “¿No quieres ver nuestro trabajo publicado en una revista?”
MG: “¿Han publicado nuestro ensayo?”
DS: “Está en la portada. Un nuevo método para tratar los gliomas malignos inoperables. El método Sheperd” –explica mientras le enseña la portada donde reluce a toda plana su rostro de cirujano (un tanto circunspecto, todo hay que decirlo).

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Si bien de estos diálogos, y a tenor del  poco científico diseño de la portada, uno no acaba de entender si lo que hay publicado en la revista es un artículo, una entrevista con su autor o una reseña o comentario del trabajo. Pero bueno, estamos desviando la atención, porque realmente el problema es otro.

Shepherd no entiende por qué el método que ambos han puesto en práctica en el Seattle Grace Hospital no ha de llevar únicamente su apellido (puesto que él es el jefe, es el facultativo, es el que más sabe e, indiscutiblemente, es el hombre), si él ha sido su principal mentor. Por su parte, Meredith no comprende por qué este procedimiento en toda lógica no lleva además el suyo pues ella también ha sido parte bastante implicada en el asunto. Problemas de autorías y de reconocimientos, no siempre bien resueltos o resueltos siempre desde la batuta del que más manda y más poder ejerce.

Sin embargo, los no implicados (amigos, compañeros, vecinos, adláteres y simpatizantes) no ven el problema desde la misma óptica, y algunos incluso andan un poco despistados. Para unos es una muy buena noticia el que el hospital (y su autor principal, pero no su pareja) aparezcan en una publicación de cierta enjundia (seguimos buscándola pero aún no la hemos encontrado ni en PubMed, ni en la WOK ni en Ulrich’slo), hecho que sin duda redunda en la fama y prestigio del centro sanitario, como así afirma el director, Richard Webber (James Pickens Jr):
RW: “El método Shepherd. Ya era hora de que este hospital tuviera buena publicidad. Hoy es el día, Bailey, el día en que el Seattle Grace vuelve a la carga. Shepherd en la portada de una revista nacional hablando de un tratamiento innovador.”

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Para otros, como el compañero, amigo, examigo, de nuevo amigo, rival a veces y más que guapo Mark Sloan (Eric Dane), la publicación es motivo de envidia disimulada: “Has visto esto. El método Shepherd”, le dice el doctor a la también doctora Callie Torres (Sara Ramirez) recostado mientras ésta hace su aparición por la puerta.

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Pero por la mente de la coautora del ensayo, Meredith, se cruzan otros pensamientos, que expone a su primer coautor cuando éste, exultante, le comunica a las puertas del ascensor que tiene una cita con la prensa para presentar el proyecto. Para ella, como responsable también del trabajo, el nuevo método no debería llevar un único nombre, el del hombre, sino el de ambos, con guión o sin él. ¿Por qué ocurre esto? ¿Por no ser ella la jefe? ¿Por ser mujer hombre? ¿Por no haber demostrado aún ser tan lista como él? Expone su enfado a Derek y éste, más en su papel de superior que de amante, le expone sin ambigüedades que si lo hubiera llamado Shepherd-Grey la gente pensaría que le han echado una mano. ¿Y no es así? ¿No hemos convenido al principio que en las ciencias médicas es harto frecuente la colaboración de profesionales y la creación de equipos multidisciplinares? ¡Ah!… la vanidad de los creadores y el status de los jefes, de los césares y mandamases…

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Quien sí lo tiene más claro es Sloan, una vez superados esos segundos de sana envidia, para quien la autoría de un trabajo, de un artículo, de un invento, de un método, de un procedimiento, no es algo individual, sino producto de la colaboración de un equipo, y en su propio despacho, le expone a Derek un símil ilustrativo:
DS: “Ella sólo es una residente. Yo hice el virus.”
MS: “Te ayudó. Cuando Michael Jordan encesta, a nadie le importa quién dio el pase.”

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Entre unos y otros acaban por convencerle de que renombre el ensayo, pero aún así Derek, en su fuero interno, está convencido, como hombre, como facultativo y como jefe (una tríada peligrosa en algunos cuerpos) de que tiene razón.
DS: “Escribiré a la revista para que corrijan el nombre. Método Shepherd-Grey.”
MG: “No quiero que lo hagas porque no te guste que me enfade, sino porque pienses que yo me he esforzado también y me lo merezco.”
DS: “No te lo mereces. Estás en pañales. Tienes potencial para ser cirujana. Puede que buena, pero todavía te falta muchísimo por aprender.”
MG: “¡Ah! Fue idea mía…. Y odio esa foto.”

En esto tiene razón, la foto y la portada de la revista son de lo más horrorosas (más propia de una gacetilla que de un Lancet o de un Annals) y también es cierto que de ella fue la idea. Pero en esta vida ingeniosos, inteligentes y despiertos han de tener en cuenta  a quién le presentan sus ideas y proyectos…porque éstos vuelan y se queda uno con un palmo de narices cuando otro se los apropia, sobre todo si una además es mujer o, sobre todo, si es la mujer-amante de un ¿superior?

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Es duro de mollera este Derek. Hasta que una mente femenina y sensata le convence de su error, la de Bailey (Chandra Wilson).
MB: “Debe de ser emocionante ver tu nombre en portada”.
DS: “Sería mejor si Meredith no estuviera tan… sensible con sus méritos. Una reacción emocional.”
MB: “Se ha dejado la piel por ti y tú te llevas todo el mérito.”
DS: “Las culpas si hubiéramos fracasado.”
MB: “Pero no fue así.”
DS: “Es simple. Soy un especialista y ella una residente.”
MB. “Con la que vives. No es tan simple. Es complicado. Si fuera yo le daría las gracias. Te sorprendería saber hasta dónde llegas con eso, sobre todo con mujeres sensibles y emotivas.”

Moraleja, o no trabajes o no publiques con tu pareja si no eres un demócrata en la vida profesional y sentimental. Si no es así, ganarás el Nobel pero podrás pefer a tu pareja o a tu compañera de trabajo. Aunque algunos, por el Nobel….

Volviendo a nuestra historia, final feliz, como en toda buena película de Hollywood, con beso incluido segundos antes del «The End».

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No lo habría hecho sin ti, ni operaciones, ni pacientes. Gracias“ – termina por reconocer Derek después de mucho ir y venir. Y es que las normas de Vancouver tenían razón, aunque mi primo de Burgos enseguida sacaría a colación un refrán, aunque fuera invirtiendo la famosa sentencia de la mujer del César: “el autor no sólo debe serlo sino también parecerlo”.

(José Manuel Estrada. Bibliotecario y documentalista)

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4 respuestas a La mujer del César

  1. Sol dijo:

    Buenos días:
    Veo que has vuelto con fuerza. Las parejas que conozco que publican lo hacen siempre en amor y compaña, no tienen un ego del calibre del de Derek, es lógico que Meredith se molestase. También hay parejas de médicos en las que él es el jefe de servicio y su novia una adjunta del mismo, y todo baila alrededor de ella (y así va el servicio en cuestión y sin que nadie lo remedie, no es mi caso sino que es algo que sucede en otro hospital en el que todos están quemados salvo los dos implicados).
    Besos: Sol

  2. Como siempre, excelente y bien ilustrado el conflictivo asunto de la autoría colectiva y los «egos revueltos» que diría Juan Cruz…
    Gracias por el post, José Manuel.
    Saludos.

  3. Marisa Alonso dijo:

    Pues a mí casi lo que me extraña es que no haya firmado el artículo todo el Seattle Grace 😉 Es otra desviación bastante habitual del espíritu Vancouver. Lo de quien firma los artículos y quien aparece en primer lugar parece a veces como las rondas de cañas: ésta la pago yo, la próxima tú …; al jefe lo tenemos que poner; si no pongo a Pepe se enfada conmigo; si no sale Juan no me avisa cuando vuelva a tener un caso publicable …
    ¡En fin, será que somos así de generosos por estas tierras!
    Un abrazo

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